Comentarios acerca de la vida nacional. Temas militares, política, seguridad, terrorismo, fuerzas armadas, prensa, radio y televisión, moral y ética ciudadanas. Chascarrillos militares, cocina de campaña, noticias diversas... Todo según los artículos 20 de la Consitución Española y 177 y 178 de las RR.OO. para las FA,s.

11 abril 2000

6.- Carlos. Relato deprimente. Lo másssss opuesto a mí.

Se arrellanó en su butaca, apagó el móvil y sin prestar atención comenzó a ver la sarta de anuncios previos al pase de la película.
No era aficionado al cine, mucho menos a las películas de amor, pero se había visto toda la cartelera y era la última que le quedaba por ver. El video, alquilar películas, verlas a solas en casa, le deprimía mucho más.
Carlos estaba soltero, su vida transcurría pero no era capaz de vivirla, desgranaba los días como las cuentas de un rosario. Vivía solo, su casa era un pequeño y desordenado apartamento capaz de ser confundido con el cuarto trastero de un piso de clase media.
La luz de la sala se apagó por fin - ¡Dios mío! Los inevitables anticipos promocionales de otros estrenos- pensó. Miró el reloj, y siguió pensando en por qué tendrían siempre que decir que el pase empezaba veinte minutos antes de la hora real.
Tenía un trabajo de administrativo de nivel intermedio en una empresa multinacional de investigación de mercados, entraba a las ocho de la mañana pero se levantaba una hora antes tan sólo. Aprovechaba el tumulto de la llegada a la oficina para afeitarse en los lavabos, darse un toque con agua fría en los ojos y pasarse un peine. Aunque desaliñado tenía cierta planta, pero era retraído y las mujeres del departamento habían dejado de reparar en él hacía mucho tiempo.
Por fin, "Filmax presenta...". Las luces terminaron de oscurecerse al tiempo que por el rabillo del ojo, aún deslumbrado, percibió la silueta de una mujer que ocupaba la butaca contigua a la suya. Música romántica, títulos de crédito con letra inglesa, la campiña de Kent 1930.
Tenía 42 años, y desde que con 18 andaba de pandillas a remolque siempre de los líderes del momento, nunca había tenido relación con una mujer, siquiera un beso. Sin especial preparación para las tareas domésticas, que por su obligada soledad realizaba , su aspecto era desastrado. Camisas mal lavadas y planchadas, pantalones arrugados y aspecto de seguir una dieta deficiente.
Comenzó la película, la acción se iba desarrollando en un mundo de grandes mansiones, ambiciones desmedidas, odios solapados. En medio de todo aquello surge el amor, un gran y bonito amor, entre dos jóvenes de dos familias secularmente enfrentadas. Romeo y Julieta, muertos prematuramente y sin embargo eternamente vivos.
La mujer, a medida que se desarrollaba la acción se movía inquieta en la butaca. Al cabo de una hora y a medida que el clímax de la película se hacía más evidente, en un breve y leve giro de cabeza, Carlos apreció que el pecho de la mujer subía y bajaba con cierta rapidez. Se concentraba de nuevo en la acción cuando notó que una mano se posaba encima de la suya. Comenzó a acariciársela, siguiendo las vicisitudes de la historia, entrelazando sus dedos con los de él. Rítmicamente apretaba su mano con suavidad, transmitiéndole sus emociones, mientras el pulgar masajeaba su dorso. Carlos se dejaba hacer, estaba muy cohibido.
Parecía que no se iba a dar el mismo final que en Cremona. Escenas de arrebatadora pasión, la fuerza de los jóvenes frente a sus familias, la ternura de aquel amor; todo aquello se reflejaba en aquella mujer que a su lado respiraba suave pero agitadamente, oprimiendo su mano como si el amor de ellos dos se tratara.
La escena final de arrolladora emoción, trabada con una magnífica banda sonora, hizo que la mujer apretara su mano con deseperada intensidad durante los, aparentemente interminables, últimos segundos.
Al aparecer la palabra fín, la mujer pareció darse cuenta y le soltó precipitadamente la mano. Mientras el humo de los títulos de crédito se desvanecía por la parte superior de la pantalla, ella desapareció en la oscuridad.
Con las manos en los bolsillos del chaquetón, dando pataditas a pequeños objetos tirados en la acera, Carlos, camino de su casa, levantó la cabeza, se irguió sobre sus hombros, siempre encorvados, y respirando profundamente el frío aire de la noche dijo -¡Vaya!...-.
Era lo más emocionante que le había pasado en su vida.
* * *